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AMPLIARNovena parte del diario íntimo de un hombre cincuentón

9 de septiembre

Novena parte del diario íntimo de un hombre cincuentón que atraviesa los senderos de la vida como puede. El primer texto se publicó en la edición del 30 de junio. En esta oportunidad nuestro personaje atraviesa la angustia por la muerte de su madre.

Texto completo 

9 de septiembre 

Hacía años que no sentía angustia. Murió mi madre. No lo puedo evitar. Estaba bien de salud, sin embargo, de repente, comenzó a sentirse débil. Un globo enorme crecía en su estómago. Perdió el apetito lo cual me sorprendió sobremanera. Era una mujer agradable. Gustaba de las buenas charlas, la lectura y se mostraba muy irascible con los antiperonistas. Mamá tenía 25 años cuando Perón asumió al poder. Venía de una familia humilde y las políticas populares la beneficiaron enormemente, con la máquina de coser que le regaló Evita comenzó a trabajar como modista. Se hizo famosa en el barrio y en unos meses cosechó decenas de clientes. Era tan buena que decidió realizar ropa a medida, sobre todo camisas y trajes para señores de buen pasar económico. Ese oficio le devolvió la dignidad. Luego conoció a mi padre, se casaron, tuvieron tres hijos. Pero ella nunca dejó de laburar. 

El viejo no estaba de acuerdo con eso, sin embargo mamá era como Evita, una feminista nacional y popular. Cocía en casa, además de limpiar, ayudarnos con las tareas de la escuela, hacer la comida. Lo que mejor le salían era humita y tamales, aunque el locro realizado con trigo y las empanadas con pasas de uva dejaban estupefacto a cualquier persona que sabe disfrutar del buen gusto. Un poco sometida al pater familia. Tenía un gran corazón y un fuerte compromiso democrático. Siempre solidaria y sensible a los problemas sociales. Nunca se inmiscuyó en política más que superficialmente. Contaba una anécdota que en los últimos años repetía hasta el hartazgo, como hacen los viejos. 

-         Cuando tenía veinte años comencé a trabajar en un supermercado. Una de las cajeras sacó de su bolso una tortilla y el gallego sucio comenzó a insultarla. Entonces yo le dije: 'dejela que coma si tiene hambre, hombre, no le está robando nada, la trajo de su casa'. Gallego olor a pata que vino con una mano atrás y otra adelante. Para colmo ahora nos discriminan. 

La anécdota siempre me causó ternura. Fue lo más revolucionario que mi madre hizo, por lo tanto se jactaba cuando podía. Cada vez que alguien la visitaba relataba aquella situación, con pasión, incluso se enojaba. 

-         Si yo tuviera veinte años sería subversiva, decía para rematar. 

Ahora la vieja murió y tengo una sensación de angustia como hacía mucho tiempo no sentía. Dos días pasaron del deceso y siento el pecho contracturado, una leve molestia cuando respiro profundamente. Anoche no pude dormir, di vueltas una y mil veces en la cama. Sufro mucho calor, pero no tengo fiebre, aunque sí una sudoración importante. Estoy triste, como pocas veces en mi vida. Me duele el alma, experimento pena y una nostalgia infinita. La cabeza me pesa demasiado. Mamá no estará nunca más, dejó de ser. 

Anoche la soñé. Caminábamos de la mano por un prado lleno de flores silvestres amarillas. Yo era un niño. Me sentó en una piedra, cerca de un arroyo, me abrazó fuerte y me dijo cuánto me amaba. Me besó la frente y desapareció.