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AMPLIARSéptima parte del diario de un hombre cincuentón

23 de agosto

Séptima parte del diario de un hombre cincuentón que atraviesa los senderos de la vida como puede. El primer texto se publicó en la edición del 30 de junio. En esta oportunidad el personaje se encuentra en el trabajo con una persona angustiada. Presencia de la muerte.

Texto completo 

23 de agosto 

Mientras el pueblo jujeño conmemora el Éxodo, esa gesta gloriosa, donde miles de personas quemaron sus casas, cultivos y ropas, para luego partir a Tucumán con los pocos animales y pertenencias que les quedaban, me la pasé trabajando. Llenado papeles, arreglando problemas ajenos. 

Tenía mi edad, aunque se lo veía deteriorado. Parecía que el tiempo no le sentaba bien, que la vida le pesaba. Era alto, flaco, de cabello blanco, ojos graves, ojeras. Piel amarillenta, hablaba pausado, fumaba bastante. Me daba la sensación que hacía años no sonreía. Necesitaba unos papeles lo antes posible, estaba por vender una propiedad. Hablaba poco, yo tampoco soy de andar preguntando demasiado, pero el tipo me daba curiosidad. 

-        Disculpe, no puede fumar, le dije

-        Es cierto, perdóneme, sentí tantos deseos que por un instante olvidé esa regla. Estoy nervioso. No me gustan estos trámites.

-        No se preocupe, a mi tampoco. Cada vez que debo realizar cosas de estas características sufro. A dios gracia que por mi trabajo conozco mucha gente que me facilita las cosas.

-        Murió mi madre. Quince años vivió en un geriátrico. Yo hacía por lo menos dos que no la visitaba seguido. Una vez al mes es mucho decir. Estaba muy vieja, nos llevábamos...solo eso. Cuando llegué no quise verla. La enterraron. No eramos mucho en el cementerio. Solo un hombre que la lloró desconsolado. No lo conocía.

-        Lo siento

-        Le agradezco, pero así son las cosas. Ahora quiero vender su casa. Mi hermano necesita dinero, nos vamos a repartir la herencia. No es mucho. Él vive en ese lugar. La veía más seguido, lo hacía junto con su mujer. Son buenas personas.

-        Ya veo, no está atravesando un buen momento.

-        Amigo, nos vamos a morir tarde o temprano. Estamos condenados a esa tragedia. 

Le entregué los papeles. Lo salude. Se fue sigiloso. Pensativo. Incrédulo. 

No dejé de pensar en aquél hombre, si bien era una persona normal, incluso mediocre, su forma, me seducía del algún modo. Portaba una angustia de especial curiosidad. ¿Tendrá la libido algo que ver en todo esto? Al día siguiente regresó. Lo atendió Amenabar, necesitaba un nuevo papel, un trámite por demás engorroso. 

-        Yo me ocupo, dije

-        Gómez, ¿como anda, otra vez por acá?

-        Así es. Vio como son estas cosas

-        No se preocupe. No tardaré demasiado

-        Estoy perplejo. Acaba de morir mi hermano. Mi cuñada está destruida. Una pesadilla. Tenía dos criaturas y una más en camino. Situación desesperante para esa pobre mujer. Nos urge vender esa casa. Se quedarán con gran parte del dinero. Les alcanzará para un departamento cómodo y quizás sobre para un auto. Yo con un monoambiente me conformo. Como verá la propiedad es cara.

-        Lo siento

-        No se preocupe. Muchas gracias. 

A pesar de semejantes pérdidas el hombre estaba tranquilo. Tomaba las cosas con naturalidad.

-        Querés un mate, preguntó Amenabar

        -        Pero sin edulcorante, contesté.