Quinta parte del diario de un hombre cincuentón que atraviesa los senderos de la vida como puede. El primer texto se publicó en la edición del 30 de junio. En esta oportunidad el personaje habla del aborto, la culpa, el acoso.
Cuento completo
7 de agosto
- Qué lindo número me dijo Amenabar, un compañero de trabajo aficionado a las supersticiones.
- ¿El 12? pregunté inquieto.
- Claro, es el que más suerte me trae.
La conversación surgió luego de que le contara lo bien que me sentía por haberme comido una docena de empanadas, el otro día, junto a mi hija, mientras veíamos una película en su casa. Mucho no entiendo qué significado tiene eso de que un número es lindo o feo, bueno o malo. Una cuestión estética bastante curiosa.
Aquél lunes trasnochamos, entre charlas. Como debate surgió el tema del aborto. Mi hija no tenía una postura definida al respecto. El dogmatismo de su marido se coló como una daga, clavada en el pecho. Lo cual, estimo, debe doler.
- Sentí vergüenza, ajena
- ¿Por qué, hija?
- Visité un colegio privado, por cuestiones laborales, unas niñas de 15 años coreaban a viva voz el nombre de María, mientras se pronunciaban en contra del aborto no punible, considerándolo un crimen. Se dirigían a una protesta “pro vida”. En ese momento me pregunté, estas mujeres, porque iban acompañadas de docentes y madres, ¿son cristianas? Yo no abortaría, pero si tengo la desgracia de atravesar por una violación, no dudaría en evitar que se convierta en tragedia. La culpa correría por mi sangre, sin dudas, pero con terapia superaría el trauma
- El otro día me hice la misma pregunta. Estaba comprando cigarrillos, frente al Carrefour de la 24 y Muñecas. Un tipo, de mi edad, opinó que con los militares no había inseguridad, que la solución sería que vuelvan. Antes de que abogue por el servicio militar obligatorio, lo increpé, de reojo. Le pregunté si se consideraba cristiano. Claro, respondió. Como buen cristiano que sos, qué recomendación podrías darle a la gente que tiene familiares desaparecidos, ya que no pudieron, ni pueden hacer el duelo, no hay tumba para llorarlos. Es usted un irrespetuoso, sostuvo.
Eran casi las 3 de la madrugada cuando salí de su casa. Un amigo me esperaba en la suya, con un malbec. No estaba bien. Desde hacía unos meses su jefa lo venía acosando. Quería acostarse con él a toda costa.
- No sé qué hacer, hermano. Mi jefa me acosa. Es desesperante. Me cierra la puerta en la cara, me acaricia la cabeza y cuando puede, me roza. Realmente estoy incomodo.
No tenía respuestas, mucho menos consejos. Terminamos el vino, escuchamos jazz, en ese verde jardín, rodeado de plantas. De aire fresco, terciado, carismáticos.
Hay que feminizarse, le dije antes de despedirnos.
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