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Las calles y las manifestaciones
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10/01/2021 - Por Bruno Vendramin

Neoliberalismo y conservadurismo: en las ruinas del trumpismo

Una de las pocas certezas de la política contemporánea es el arribo al poder de fuerzas de extrema derecha en las democracias occidentales. Los casos son conocidos: el gobierno de Trump en Estados Unidos, la administración de Boris Johnson en Inglaterra, partidos neonazis en el parlamento alemán, el régimen de Viktor Orban en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil, el ascenso de VOX en España, la Liga Norte en Italia y la lista podría seguir.

Sigue.

Los sentimientos cristianos, nacionalistas, racistas, xenófobos, homofóbicos e islamofóbicos han adquirido carta de ciudadanía en los discursos de derecha. En paralelo, este proceso ha ido de la mano de una fuerte desregulación de la economía, el socavamiento de la justicia social, la precarización del empleo y un debilitamiento generalizado de lo público. Así pues, en los últimos años la política occidental ha sido testigo de un singular matrimonio entre conservadurismo y neoliberalismo, mercado y moral, valores cristianos y propiedad privada. ¿En qué estado se encuentra este proceso en la actualidad, especialmente en Estados Unidos?

La campaña electoral mediante la cual Donald Trump llegó a la presidencia y, después, los cuatros años de su gobierno llevaron delante de manera inequívoca esta conjunción entre libertad económica y familia, patriotismo y religión. El ex presidente siempre se pronunció en contra del aborto, el matrimonio igualitario, la identidad de género y ensalzó el poder de la familia y las iglesias en la vida pública. De hecho, es conocido que una gran porción de sus votantes y seguidores fueron grupos cristianos. Con Trump la moralidad tradicional que emana de la familia se situó al interior de la razón neoliberal. Si bien algunos analistas lo califican de proteccionista en terreno económico, Trump impulsó políticas netamente neoliberales –por ejemplo, decidió grandes recortes del gasto público en educación– y el fondo de su programa se caracterizó, como ha descrito Joseph Stiglitz, por la desregulación económica (El País, 19 de octubre de 2020). Asimismo, rebajó los impuestos de manera drástica a los multimillonarios y grandes corporaciones y, en especial, utilizó el gobierno para favorecer a empresarios amigos e hizo negocios para su usufructo personal.

En el contexto estadounidense la mezcla tóxica de moral y neoliberalismo puede visualizarse en múltiples situaciones: decisiones de la Corte Suprema que garantizaron la libre empresa y los valores cristianos; financiamiento de organizaciones religiosas; ataque a la salud pública y al seguro de salud universal (“obamacare”) establecido por Barack Obama; el sistema de bonos escolares, que permite a los padres escoger las escuelas privadas a las cuales mandar a los hijos según los valores religiosos que ellas practiquen; la continua embestida a las leyes de igualdad y antidiscriminación –como el trabajo realizado por la Alliance Defending Freedom, brazo del evangelismo en el país–; el hostigamiento contra organizaciones LGTBQ y el feminismo y el enardecimiento de la cuestión racial. Como ha apuntado la politóloga norteamericana Wendy Brown en su libro In the Ruins of Neoliberalism: The Rise of Antidemocratic Politics in the West, a través de las estrategias explicadas los “ejes de la religión y la familia –jerarquía, exclusión, homogeneidad, fe, lealtad y autoridad– adquieren legitimidad como valores públicos y forman la cultura pública al unirse a los mercados para desplazar a la democracia.”

Pero quizás el rasgo más característico y la consecuencia nefasta del matrimonio entre conservadurismo y neoliberalismo sean las elevadas cuotas de nihilismo, resentimiento y rencor que ha generado al interior de la sociedad. Brown sostiene que las derechas actuales han resurgido con intensidad porque son producto, entre otras razones, del desplazamiento del sujeto blanco, masculino, propietario y religioso, quien antes era el centro de la sociedad. El nuevo populismo de derecha se alimenta de un “pasado mítico en el cual las familias eran felices, completas, heterosexuales, cuando las mujeres y las minorías raciales se ubicaban en su lugar, cuando los barrios eran ordenados, seguros y homogéneos, cuando la heroína era un problema de los negros y el terrorismo no estaba dentro de la patria, y cuando un cristianismo y una blanquitud hegemónicos constituían la identidad manifiesta, el poder y el orgullo de la nación y de Occidente.”

En tal sentido, la pérdida de los privilegios del sujeto blanco dio paso a grandes dosis de rabia, ira y resentimiento. Esta pérdida es atribuida a los inmigrantes (la derecha aduce que roban trabajo a los nacionales), a las minorías, al movimiento feminista o a grupos laicos y cosmopolitas. Evidentemente, Trump es el prototipo de la encarnación del sujeto blanco, heterosexual, cristiano y propietario. Por eso sus votantes lo admiran: un empresario millonario, exitoso con las mujeres y outsider de la política que maneja un lenguaje grotesco por las redes sociales y descree de las formalidades e instituciones democráticas. A Trump no lo eligieron por su competencia o experiencia política ni por su decoro moral, sino por el vacío que dejó la herida de la masculinidad blanca y religiosa.

Pero la paradoja de este proceso es que la desigualdad y las jerarquías de clase propagadas por el neoliberalismo desde hace cuarenta años continúan, aunque los seguidores de Trump y de otros populismos de derecha lo ignoren: el empeoramiento de la vida de buena parte de los ciudadanos estadounidenses (y europeos) debe explicarse, principalmente, por la desindustrialización masiva y la financiarización de la economía, la crisis de 2008 –que dejó a miles de trabajadores sin empleo y sin vivienda–, la precarización del empleo, el declive del Estado de Bienestar, el debilitamiento de los sindicatos y el recorte extendido de derechos sociales.

En conclusión, la masculinidad blanca destronada, el conservadurismo basado en la patria y la religión y las políticas económicas neoliberales constituyen el caldo de cultivo de las derechas actuales y explican su escasa o nula inclinación por los valores democráticos. El resentimiento incubado al interior de la sociedad es sumamente peligroso para la democracia, pues socava la igualdad, la libertad, la legalidad, el laicismo, la solidaridad y el respeto por los derechos humanos. Este resentimiento quedó suficientemente comprobado con el intento de asalto al Capitolio por parte de seguidores de Trump –instigados explícitamente por él– para impedir que Joe Biden asuma la presidencia. Afortunadamente, del trumpismo solo quedarán sus ruinas. 

Bruno Vendramin

Fuente: https://grupolacapitana.com.ar/neoliberalismo-y-conservadurismo-en-las-ruinas-del-trumpismo/


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