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Manos soberanas
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01/05/2020 - Escribe Bruno Vendramin

El resurgimiento de la soberanía en tiempos de coronavirus y el día después

El coronavirus ha traído consigo una fuerte reafirmación de la soberanía del Estado que se ha revelado imprescindible no solo para resolver la crisis sino como herramienta clave para el mundo que viene.

Detalles.

Pese a que todavía no se conoce con precisión el desenlace de la crisis del coronavirus, ello no obsta a que se puedan extraer algunas certezas. Una de ellas es la reafirmación de la soberanía del Estado. Con el ascenso del neoliberalismo sucedido a fines de los setenta, la soberanía fue desacreditada, vilipendiada, maldecida y hasta expulsada del léxico político. Era una especie de estorbo. En la actualidad tampoco goza de buena reputación. De hecho, en algunos círculos intelectuales se califica al presente como una época de “postsoberanía.” No obstante, frente a estos diagnósticos, no cabe duda que la soberanía constituye el centro de las alternativas, proyectos y soluciones para resolver la pandemia.

Es necesario comenzar por el concepto. Es sabido que existen múltiples definiciones de soberanía y la teoría política ha derramado ríos de tinta sobre ella. Carlo Galli (Sovranita, Il Mulino, Bologna, 2019) sostiene que la soberanía es un concepto existencial: es la voluntad que tiene un pueblo de existir políticamente y de constituirse de manera autónoma. Por esta razón, sin soberanía no es posible la política. Para ejemplificar esta hipótesis, esta voluntad existencial puede visualizarse en la enunciación We the People inscripta en la Constitución de Estados Unidos de 1787, o en nuestros textos constitucionales de 1853, 1949 y 1994, cuando –instituyendo el principio de representatividad– afirma Nos los Representantes del Pueblo al momento del dictado de la norma fundamental. Dicho de modo ligeramente distinto: la soberanía consiste en el hecho de que un grupo (pueblo) quiere existir políticamente, se reconoce y se representa en un Estado para actuar de acuerdo a sus propios fines y alcanzar su bienestar.

La singularidad de la definición proporcionada por Galli estriba en que la voluntad existencial activada por la soberanía presupone la autonomía de la política respecto de poderes económicos, técnicos o científicos. Justamente, autonomía que en el neoliberalismo desaparece o, cuanto menos, se adelgaza al máximo, ya que éste mide todas las voluntades políticas –pero no sólo estas: también las culturales, sanitarias, demográficas e incluso morales– bajo parámetros económicos como pérdidas y ganancias, déficits y beneficios, débitos y créditos. Por abajo, en el neoliberalismo se pasa de la soberanía del ciudadano activo (homo politicus) a la soberanía del consumidor (homo economicus); por arriba, se pasa de la soberanía representativa del Estado a la soberanía tecnocrática-oligárquica del capital financiero.

La crisis del coronavirus ha dejado al desnudo los fallos del canon neoliberal. Desde hace cuatro décadas se practica un desmembramiento sistemático y planificado del sistema público de salud –con notables excepciones, como lo constituyeron varios gobiernos latinoamericanos de principios de siglo– a través de privatizaciones masivas, la idea de que la salud no es un derecho fundamental sino un servicio privado o el recorte estructural del gasto público (desde la desfinanciación de los hospitales hasta la reducción del ministerio de salud a secretaria como hizo el gobierno de Macri).

En este escenario, ¿cuál es la tarea de la soberanía? O, mejor dicho, ¿qué puede políticamente? En primer lugar, se encuentra en condiciones de volver a colocar en agenda la dimensión de lo público y reestablecer al Estado como garante de la igualdad social. Sería ingenuo pretender regresar sin más al Estado de Bienestar porque las condiciones económicas, tecnológicas y comunicacionales ya no son las mismas en las que tuvo lugar (1945-1973). Sin embargo, sí es posible afianzar un Estado preocupado por el cuidado de las condiciones de vida de las poblaciones, que distribuya la riqueza y combata la pobreza, por ejemplo a través del proyecto a las grandes empresas impulsado por el oficialismo. En segundo término, la soberanía es capaz de atenuar la acumulación concentrada e incesante de activos financieros que caracteriza la actual fase del capitalismo, pues la actual crisis no podrá amortiguarse satisfactoriamente para las clases bajas y medias sin una regulación de los mercados. En tercer lugar, una soberanía lo suficientemente sólida es la única que puede garantizar que la salud pública sea universal, gratuita y de calidad, imprescindible no sólo en tiempos del virus sino en la normalidad.

En conclusión, la dinámica política, económica y sanitaria determinará la dirección que sigue el mundo pos coronavirus. Una cosa es segura: después de la crisis, no será posible ignorar el estatuto de la soberanía, en tanto ha devenido una fuerza política imprescindible para garantizar la estabilidad del sistema económico, fortalecer la salud pública, proteger a los más vulnerables –garantizando umbrales de protección como el Ingreso Familiar de Emergencia–, impulsar lazos de solidaridad colectivos y revitalizar lo común. En un momento en que las organizaciones supranacionales –desde la ONU hasta el FMI, pasando por la OMS hasta la mezquina y egoísta actuación de la Unión Europea respecto de España e Italia– han hecho agua por todas partes, es el Estado quien debe recuperar la posición de actor transformador de las relaciones políticas y económicas. 

Bruno Vendramín

https://grupolacapitana.com.ar/el-resurgimiento-de-la-soberania-en-tiempos-de-coronavirus-y-el-dia-despues/ 


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