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30/11/2018 - Escribe Juan Filippin

El sentido común

Definir el sentido común parece tarea fácil. Generalmente utilizamos este concepto como equivalente a sensatez, buen juicio o razonabilidad, lo cual resulta poco discutible y socialmente muy valorable.

Sigue.

Sin embargo es mucho más que eso si lo ubicamos dentro de un marco mayor que incluye  hegemonía cultural, poder mediático y discurso público,  porque construyen sentido, operan sobre nuestra subjetividad y le  aportan contenidos al sentido común.

Es esencial, para un análisis correcto, considerar todos estos factores para poder comprender algunos comportamientos políticos colectivos, en particular en América Latina y obviamente en Argentina, que parecieran “contra natura”. Además de ser indispensables a la hora de intentar una construcción política alternativa al neoliberalismo, que tenga reales posibilidades de ejercer el poder

El sentido común también contiene, además de lo que podemos recibir en la educación formal,  un cúmulo de creencias, tradiciones y conocimiento empírico, mas  la sedimentación progresiva de la ideología y el discurso dominantes en cualquier sociedad, que son naturalizados y se asumen como propios. Debido a su génesis, el sentido común tiene una tendencia conservadora en sus saberes y su manera de ubicarse en el mundo.

 Veamos algunos ejemplos:

“El campo somos todos”

Durante el año 2008,  la crisis mundial está en pleno desarrollo, con la quiebra de Lehman Brothers, el mayor banco de inversión del mundo, el estallido de las burbujas inmobiliarias y los multimillonarios salvatajes a bancos de EEUU y Europa por parte de sus gobiernos.  En Argentina, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández resuelve aplicar retenciones móviles a las exportaciones de soja, trigo y maíz a través de la Resolución 125, ideada por su ministro de Economía Martín Loustau.

Esta medida provocó el rechazo de las patronales del campo, que se agruparon  en una mesa de enlace que nucleaba tanto a los grandes de la Sociedad Rural Argentina, como a los pequeños de la Federación Agraria y decidieron un lock out con bloqueo de rutas y  el  derrame de miles de litros de leche en las banquinas. La medida de fuerza, inédita por su duración e intensidad, se desarrolló entre el 11 de marzo y el 18 de julio de 2008.

 En San Fernando del Valle de Catamarca, durante el conflicto, quién escribe vio una mañana muy temprano entrando a la ciudad, un taxi gasolero bastante deteriorado,  la pintura descascarada  y un escape humeante a causa de la vejez, con un cartel en la luneta que decía “el campo somos todos”.

Este hombre, un sencillo y  probablemente limitado consumidor de lo que produce el campo, apoyaba el lock out aunque su realidad material nada tuviera en común con las patronales agropecuarias. Pero sin duda, de  la escuela primaria salió convencido de que “Argentina es el granero del mundo” y en más de una conversación habrá escuchado que somos un país de 40 millones de habitantes que produce alimentos para 400 millones o que nuestra grandeza nacional se debe al campo. Otro notable ejemplo  de ese sentido común  es una escena de la película Plata Dulce, con el actor Julio De Grazia. Se trata de  un hombre que ha perdido todo y está  económica y moralmente destruido,  pero comienza a llover y se  entusiasma no obstante su desgracia, porque “Dios es Argentino” y el clima anticipa una buena cosecha salvadora, que por cierto, para su situación personal no implica modificación alguna.

El gobierno perdió en los medios hegemónicos  y en el sentido común de muchos argentinos, la resolución 125 nunca fue aplicada, pero su autor fue embajador en EEUU del actual gobierno de Cambiemos y la realidad del “granero del mundo”,  es que su aporte al PBI se estima en 7 %  aproximadamente y el empleo que genera  en un 3 %.

“Periodismo de guerra”

El editor jefe del diario Clarín, Julio Blanck, reconoció en un reportaje de Perfil del 21 de julio de 2016, que respecto a los gobierno kirchneristas “hicimos periodismo de guerra”. Y lo explica: “Eso es mal periodismo. Fuimos buenos haciendo guerra, estamos vivos, llegamos vivos al final, al último día. Periodismo eso no es como yo lo entiendo, no es lo que me gusta hacer. Y yo lo hice, no le echo la culpa a nadie, yo lo hice. Eran las circunstancias e hice cosas que en circunstancias normales por ahí no hubiese hecho, en términos de qué posición tomar o de cierta cosa determinante”.

En el ambiente político circula desde hace mucho tiempo una suerte de mito urbano que afirma que no hay gobierno que aguante 10 tapas de Clarín(negativas por cierto). Probablemente no sea más que un mito, pero el “periodismo de guerra” ha sido evidente en sus tapas con titulares “catástrofe” y el abuso del potencial “habría”, “sería”, “tendría”, replicados hasta el hartazgo  en programas de radio, tv abierta, cable y medios del interior, provocando denuncias que terminan en nada.

No obstante, ese periodismo, cuando dispone de ilimitadas posibilidades, sirve para desgastar y erosionar gobiernos, o para blindarlo cuando hay  confluencia de intereses. En definitiva, es fundamental para el dominio del discurso público y contribuye a fortalecer los aspectos más conservadores  y reaccionarios del sentido común.

“Eso no es normal”

El economista Javier González Fraga, actual presidente del Banco Nación, dijo a comienzos de 2016 que “durante 12 años hicieron creer a alguien con un sueldo medio, que podía cambiar el celular, comprar un auto o salir de vacaciones. Pero eso no es normal”. Brutal definición que hacía innecesaria una pregunta sobre  qué sería para él “lo normal”.

Pero se debe reconocer que entre la campaña electoral del año 2015 y diciembre de 2017, el mensaje neoliberal con el eufemismo de “cambio cultural”, utilizó  recursos discursivos propios de  algunos manuales de autoayuda, en reemplazo del economicismo duro tradicional, con algunos buenos pero efímeros resultados. Ejemplo, un spot de campaña de Vidal que se dirigía “a vos que te levantas todas las mañanas porque querés seguir progresando”, apuntando al núcleo del sentido común de un trabajador de centros urbanos, de ingresos medios o medios bajos. Una directa invocación al esfuerzo individual, en la misma dirección que la promoción del emprendedurismo, para aquellos que quieren acceder al mundo laboral o han perdido el empleo. Lo acaba de decir la propia Vicepresidenta Michetti”cada uno debe generar su propio trabajo, porque los empleos serán muy escasos”. Es decir solos, sin ayuda de nadie, menos del estado.

Pero cuando la crisis llega también a esos sectores, puede hacer aflorar lo peor del sentido común, provocando el enfrentamiento de pobres contra pobres o de pobres locales contra pobres inmigrantes, como se ha comenzado a ver. Todo convenientemente alimentado por el discurso público dominante: “con mi trabajo debo mantener a los vagos que cobran planes”; “porqué los bolivianos y paraguayos pueden atenderse gratis en nuestros hospitales”; “La Argentina es un colador. Cualquiera de Paraguay, de Bolivia, del Perú entra como Pancho por su casa y se instala en algún lugar del país, preferentemente el conurbano o las villas de la Capital”(Mauricio Macri, 26 de Abril de 2009, C5N).

Esto  es lo que se conoce como aporofobia o  fobia a los inmigrantes pobres, es un tema candente en Europa y está extendiéndose, también en Latinoamérica.  Es funcional al poder porque pone el acento en la inmigración y esconde la  inequidad cada vez mayor en todo el mundo. La fundación OXFAM Internacional con sede en La Haya es una ong especializada en temas económicos y en la pobreza y desigualdad en el mundo. En su informe denominado “Una economía para el 99%”,( se refiere a la población del mundo, obviamente), publicado en enero de 2017, afirmaba que “8 hombres poseen ya la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad”.

Los ejemplos pueden ser infinitos, tomados de nuestra vida diaria, en el trabajo,  o de nuestra manera de relacionarnos con los asuntos públicos, entre otros factores, que inclusive son inadvertidos porque se han naturalizado. Las cosas son así y no requieren una explicación.

Pero también es innegable que en el sentido común existe una tensión latente entre los elementos que aporta el pensamiento o la ideología dominantes, con aquellos elementos que provienen de la praxis de los sectores populares, lo que Gramsci denominaba “el núcleo sano del sentido común, lo que podría denominarse el buen sentido”.

Esa tensión  puede entrar en contradicción o no. En consecuencia, cualquier intento de construcción política progresista debe ser planteada también como proyecto cultural, porque su interpelación al sentido común debe hacerse a partir de ese núcleo sano. Lo acaba de afirmar el vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera en su intervención en el Foro de Pensamiento Crítico de CLACSO, “la política es una lucha por la conducción del sentido común”.

 Eso es, sin duda.

Juan Filippin Noviembre 2018

www.aguardiente.com.ar 

 


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