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AMPLIAREscuchar al bosque, un antiguo arte japonés (foto: ANSA)

"Forest bathing", o cómo escuchar al bosque

Las fábulas infantiles transmitieron el mito del bosque como un lugar oscuro, peligroso, lleno de insidias, donde se pierde Pulgarcito y Caperucita Roja se cruza con el lobo malvado.

Detalles.

Pero los árboles y claros que relata Daniele Zovi -un especialista en áreas forestales- en "Arboles sabios, antiguos bosques"- son en realidad tranquilizadores, hablan y nutren la sed del ser humano por la naturaleza, invitan a adentrarse y caminar entre los altos troncos.

Pero el libro aconseja, sobre todo, escuchar a los árboles, porque "el bosque está inmerso en un silencio hecho de mil rumores".

Las hojas movidas por el viento, el crujido de las que están secas en tierra, el ondular de las ramas, el trinar de los pájaros, el sonido de los animales que se mueven en el sotobosque, el tictac de los insectos que caminan sobre los troncos, el zumbido de los mosquitos y el canto de los grillos son las voces del bosque el autor enseña a escuchar.

Oriunda de Japón, la "forest bathing" es una práctica con beneficios científicamente probados, que en su tierra de origen desde 1982 es parte del programa de salud pública nacional. Y más allá de la terminología de moda se puede practicar por doquier, desde un parque urbano hasta un bosque de montaña.

"Si se está dentro de un bosque en posición de escucha, tarde o temprano -afirma Zovi- se advierte, se intuye la presencia de un flujo de energía que circula entre las ramas, las hojas, las raíces. A veces es un susurro, otras veces estrépito y gritos. Es como si las plantas hablaran entre sí".

Daniele Zovi, graduado en Ciencias Forestales, es uno de los mayores expertos en materia de animales selváticos y autor de varios tratados sobre el tema.

Caminador incansable y sensible observador de la naturaleza, con los años atravesó los senderos que cruzan los bosques de coníferas alpinos, exploró las antiguas forestas croatas y eslovenas, trepó a la cima de los Picos de Europa y contempló el eucaliptus más antiguo del mundo -el Giant Tingle Tree- en Australia.

Con su libro "Arboles sabios, antiguos bosques" realizó un manual de amor por los bosques en el que habla de la inteligencia de las plantas, capaces de adaptarse a todo ambiente por hostil que sea. Habla de cómo se mueven los árboles y tienen su propia sensibilidad.

"Cierto -escribe-, no tienen un cerebro que coordine las informaciones ni un sistema nervioso que transmita señales, pero entre todas las partes de la planta se intercambia información.

Por lo tanto, los árboles no tienen ojos pero ven" tanto el sol como la luz que se desplaza.